J.B. Nguyen nació en 1945. Es poeta, músico, compositor y era capitán del ejército de la República de Vietnam del Sur, antes de la reunificación de 1975.
Arrestado al final de la guerra, pasó 6 años en un campo de reeducación y trabajo. En 1982 fue encarcelado a causa de su actividad como poeta y compositor que creaba obras a veces críticas con el régimen comunista.
En 1983 fue condenado a muerte por haber denunciado la corrupción entre los altos grados del ejército de Hanói y por hablar de crímenes cometidos por tropas comunistas contra el pueblo.
Fue acusado de sabotaje, de haber dañado “la imagen del régimen”. Él se declaró “no culpable”.
Al final las autoridades le cambiaron la pena por la cadena perpetua. Ha vivido años enteros en aislamiento, en la frontera, en un campo de prisioneros en medio de la selva.
Los años de cárcel lo han marcado profundamente, dejándolo casi incapaz de escuchar, ciego del ojo izquierdo y con graves problemas de vista en el derecho.
El 22 de marzo de 2014, después de casi 39 años de cárcel, una amnistía del presidente Truong Tan Sang le permitía salir de la cárcel. Era un acto de compasión por sus condiciones de salud, más que una rehabilitación política.
En los días pasados él ha querido contar su propia experiencia en la cárcel al diario Catholic News.
“El rito del bautismo, realizado en la cárcel, fue en la Pascua de 1986, hace ya 26 años, de manos del padre Joseph Nguyen, un jesuita”, explica.
El religioso le enseñó los fundamentos del cristianismo, las oraciones y el catecismo. Cada día rezaba 7 rosarios y 5 veces el Via Crucis.
A cuantos se le acercaron en la cárcel, él repetía normalmente que estaba atado por una larga cadena de 50 eslabones al que llamaba “mi primer Rosario, quizá el más duro del mundo”.
Así “compuse también un canto dedicado a la Santa Cruz. La Santa Cruz viene hacia mí, desde los abismos más profundos del mundo […] que me sostuvo en esta prisión terrena”.
Liberado de las ataduras y de las cadenas de las prisiones comunistas, el poeta y disidente vietnamita confiesa que “el amor de Dios y de la Virgen me han cambiado. No tengo rencor hacia mis “hermanos y hermanas” (del régimen). Todos tenemos las mismas raíces. Por esto debemos amarnos los unos a los otros. Y una vez más creo en la Trinidad y en la Virgen María. Que me ha ayudado a superar las insidias del destino y me impidió acabar con todo suicidándome durante los años de cárcel”.
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