De la Revista Boletín Salesiano:
El Rosario es la oración de los principiantes y de los místicos. ¡Qué
fuerza que encierra esta expresión! ¿Será así? Que es una oración de
principiantes no cabe duda: repetitiva, monótona… para algunos sumamente
aburrida ¿A quién puede interesarle repetir como “loro” cincuenta Ave María? “Es un saludo a la Virgen”, podrán decir algunos piadosos, a los
que uno puede responderles: “¿A quien le interesa que lo saluden
cincuenta veces diciendo ‘hola, hola, hola…’?” La verdad es que mucho
sentido no tiene… o pareciera no tener.
El Rosario es una oración letánica, que bien distinto es a repetitiva.
Diversas expresiones religiosas practican este modo de oración que
permite unificar y aquietar la mente, posibilitar un estado de reposo
interior, y por lo tanto abrir el corazón. En palabras de Pablo VI, es
una meditación contemplativa de toda la vida y pasión de Jesús,
caminando con María.
Vivimos una época de múltiples ofertas espirituales anti estrés: se
enseña a respirar, dinámicas de autocontrol, diversos tipos de
meditación. El Rosario es de una rica tradición que comienza de la mano
de los padres dominicos con la intención de evangelizar. Ataban once
nudos en una cuerda. En el primero se daba la catequesis sobre un
misterio de la vida de Jesús y luego se rezaba en comunidad diez Ave
María pidiéndole a la Virgen que ayudara a la comprensión. De ese método
misionero se fueron conformando los misterios y organizando la oración.
Al Padre nuestro y al Ave María se les agregó un Gloria como alabanza y
reconocimiento de nuestro Dios trinitario.
Ahora bien, volviendo a nuestro concepto de letanía, la dinámica, la
cadencia y el ritmo que genera el rezo predispone todo nuestro ser a
sabernos en presencia de un amor más grande. Quizás este sea el sentido
más profundo de toda oración, y el Rosario no queda exento de ello. Es
una presencia sutil que va habitando el alma de quien reza. No puede
enseñarse, hay que realizar la experiencia y es en esa experiencia que
se toma conciencia de que también es la oración de los místicos. Ayuda
en su ritmo a conquistar un estado de oración, a darnos cuenta que es
una expresión de amor no acotada a un momento. Sostiene un particular
ritmo de alabanza y reconocimiento. A quienes realizan la práctica del
rezo del rosario, a veces les basta con rozar sus cuentas para
predisponer el alma, para tomar conciencia de que uno no es un absoluto
en sí mismo, que el amor de Dios Padre nos sostiene y acompaña siempre, y
que la maternidad de María es una realidad presente.
Me imagino que muchos han escuchado una canción en la que se repite “Vos sos mi obsesión”, como una declaración de amor. “El Rosario es la
oración de los obsesionados por María”, podría decir alguno. ¡No, de
ninguna manera! “No hay que confundir aserrín con pan rallado”, decía mi
abuelo. La obsesión tiene más que ver con el fanatismo que con la
auténtica devoción. Hay muchos fanáticos del Rosario, muchos que son
casi “mariolátricos”. Nada tiene que ver con ello esta práctica. Bien
claro tenemos que María no es Dios, bien claro tenemos que es nuestra
Madre; ni castradora, ni posesiva, sino aquella que nos conduce a Jesús:
es rezar junto a Ella —que nos antecedió en el camino de la fe, que es
nuestra maestra, que dijo un sí que transformó la Historia, que guardaba
todos los misterios de Jesús en su corazón— para acercarnos más y mejor
a su hijo, nuestro Señor.
La oración es un encuentro. Santa Teresa tiene una expresión que
define la oración de una manera tan simple como profunda: “La oración es
tratar de amistad con quien sabemos nos ama”. ¡Qué hermoso! Propone un
trato de amistad, cercano, lejos de cualquier protocolo, a corazón
abierto, remarcando que podemos estar plenamente confiados porque es
ante quien “sabemos nos ama”, quien ningún daño puede ocasionarnos sino
todo lo contrario: puede sanarnos, liberarnos, expandirnos. En el rezo
del Rosario se hace esta experiencia. No pocas veces mientras se
recorren los Ave María en presencia de uno de los misterios, el corazón y
los pensamientos recorren nombres, situaciones, dolores, proyectos,
deseos y angustias que se van entretejiendo entre la plegaria.
Justamente su dimensión letánica posibilita un “sostenimiento habitado”:
no es una repetición tipo cadena de producción alienante, es la gota
perseverante y delicada que orada la piedra. Su práctica penetra en los
lugares más recónditos de nuestro ser, mostrándonos que hay honduras de
nosotros mismos que aún desconocemos.
Las cuentas del Rosario nos ayudan para todo tipo de oración letánica.
Una muy conocida es la llamada Oración de Jesús. Quien quiera
profundizar en ella le recomiendo la lectura de “Relatos de un peregrino ruso”. La oración dice: “Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten
piedad de mi”. Corta, sencilla, con profunda carga de sentido. Por un
lado el reconocimiento de Jesús como el Señor, el Cristo y el hijo de
Dios. ¡Toda una auténtica confesión de fe! Y por el otro nuestra
aceptación de pequeños necesitados de su amor. La palabra “piedad” tiene
más que ver con la delicadeza amorosa que con la connotación que le
damos de “perdona vidas”. Quien pase las cuentas repitiendo en cada una
de ellas esta pequeña oración —cuando va de camino, en bici, esperando
el colectivo, en una breve caminata en el lugar de trabajo o estudio—,
con el tiempo experimentará que afina el vibrar de su campana interior.
De la misma manera, pueden sumarse infinitas oraciones cortas que
cargan significación en la propia vida. Si son bíblicas, mejor: la
Palabra de Dios carga otra fuerza. Tomar por ejemplo la expresión de
algún Salmo: “Yo confío en ti Señor, Tú eres mi Dios, mi destino está en
tus manos” (Salmo 30). La oración letánica es la breve expresión del
enamorado, quien no necesita de grandes sensaciones, sino de la continua
y cuidada expresión del “te quiero”.
¡Manos a la obra! Podríamos escribir mucho sobre la importancia del
abrazo, pero les aseguro que ninguna palabra tendría la fuerza de
recibir un abrazo: hay que buscar la experiencia. En un comienzo la
oración del Rosario puede resultar extraña. Su repetición nos descoloca,
puede pesar más lo del principiante que lo del místico, pero les
aseguro que los grandes tesoros se les regalan a los perseverantes.
Puede comenzarse con una decena, y dejar que el corazón mande.
Aprovechar las caminatas, las esperas, los traslados, y dejar que obre.
Basta que se comience llevando un Rosario encima, en el bolsillo, que se
comience a “jugar” un poco con él…. Lo demás lo dejamos en manos de
Dios y de María. ¿Cómo se reza? No faltará quien pueda enseñarte: en tu colegio, en tu parroquia, en tu casa, seguro encontrarás a alguien que
ya descubrió su secreto.
Por José Luis Gerlero