Apenas ha amanecido y me pongo de puntillas para no despertar a nadie. Me ato los cordones de las zapatillas, cojo la chaqueta y salgo por la puerta. Mientras mis ojos se adaptan a la oscuridad de la madrugada, meto la mano en el bolsillo y mis dedos tocan las suaves cuentas de mi rosario. Hay una respuesta casi instantánea en algún lugar profundo de mí, e incluso antes de comenzar las oraciones, una sutil sensación de calma llena mi alma.
Me encanta rezar el Rosario en las horas tranquilas de la mañana, cuando todavía está oscuro afuera. El ritmo de las oraciones en mi cabeza se hace eco del sonido de mis pies mientras corro, y las oraciones me anclan para el día que tengo por delante.
Una de las cosas más hermosas de nuestra vida de oración es que es algo muy personal. El Rosario, como describe maravillosamente el P. John Eckert en la serie católica Llena de Gracia, es como una cuerda que nos mantiene unidos a Dios. Pero cada uno de nosotros se aferra a esa cuerda a su manera. Y dependiendo de los altibajos de la vida, cómo y cuándo rezamos el Rosario puede cambiar con el tiempo.
El Santo Rosario es mucho más de lo que parece. Si le enseñara un rosario a alguien que no estuviera familiarizado con él, podría ver sólo un manojo de pequeñas cuentas con un crucifijo en un extremo. Sin embargo, muchos santos han dicho que este método único de oración articula nuestra fe mucho mejor de lo que podrían hacerlo las palabras. San Luis de Montfort dijo en El secreto admirable del Santísimo Rosario: "El Rosario es una verdadera escuela de vida cristiana. Es un recordatorio de los Evangelios, una guía para la virtud y una fuente de gracia... Lejos de ser insignificante, el Rosario es un don inestimable inspirado por Dios".
Pero, como una semilla que hay que regar y cuidar, toda devoción debe alimentarse. En mi vida, la devoción al Rosario se desarrolló lentamente. De hecho, tardó mucho tiempo en empezar, y cuando lo hizo, fue a trompicones. Sin embargo, ahora me encanta meditar los misterios del Rosario. Y hay muchos rosarios en casa: en el cajón de la cocina, en la repisa de la chimenea, en la mesilla de noche, en un estante de la "biblioteca", en mi bolso y en el coche.
Podría parecer que rezo el Rosario dondequiera que voy. No es así. Pero allá donde voy, las oraciones del Rosario van conmigo.
De hecho, ésa es una de las pequeñas sorpresas que he descubierto sobre el Santo Rosario. Cuando lo veo colgado del espejo retrovisor, o lo siento en el fondo del bolso mientras busco las llaves, o simplemente juego con él dentro del bolsillo mientras estoy en medio de una conversación con un amigo, es como si me transportara secretamente a la presencia de Dios. Santa Teresa de Lisieux dijo una vez que a menudo deberíamos "dirigir una simple mirada al cielo", y el Rosario me ayuda a hacerlo. Aunque no lo esté rezando en ese momento, el simple hecho de ver un rosario o de palpar las cuentas me recuerda lo fructífero que es contemplar los Misterios de la vida de Cristo.
Es cierto que, como un compañero fiel, el Rosario nos acerca cada vez más a Cristo. El Papa San Juan Pablo II llamó al Rosario un compendio del Evangelio, porque "transmite la profundidad del mensaje evangélico en su totalidad". La meditación de estos Misterios "produce innumerables efectos felices en el alma", dijo.
De hecho, uno de los mayores motivos que tenemos para rezar fielmente el Rosario es entrar en esa humildad que Nuestro Señor mismo nos pide abrazar en el Evangelio de Mateo: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11, 29-30).
La virtud de la humildad fue ejemplificada de la manera más perfecta por Cristo, que se hizo hombre y "se despojó de sí mismo" por amor a nosotros. También María es un reflejo de esta humildad.
El Rosario es una ayuda para crecer en humildad y podemos pedir a Nuestro Señor que nos ayude a alcanzar esta virtud mientras rezamos.
Creo que una de las razones por las que rezar el Rosario me resultaba difícil al principio era que me sentía culpable por no rezarlo. Como conversa al catolicismo, no había crecido con el Rosario y no me resultaba familiar. Muchos de mis amigos católicos tenían devoción a María y me animaban a rezar el Rosario. Pero era incómodo y a menudo sentía que lo estaba haciendo mal. ¿Debía concentrarme en las intenciones o en los misterios? ¿Por qué me distraía tan fácilmente mientras rezaba el Rosario? Me parecía desalentador encontrar los quince o veinte minutos necesarios para rezar el Rosario, además de mis otros compromisos espirituales. A menudo contaba mal las Avemarías u olvidaba en qué misterio estaba, y lo sentía más como una obligación y menos como una oración. Me prometía a mí misma rezarlo con regularidad, pero inevitablemente mi "hábito del rosario" perdía fuerza y se convertía en una carga o en una casilla que había que marcar.
Compartí mis frustraciones con una querida y santa amiga mía. Esta amiga tenía una larga devoción por el Rosario. Su consejo fue interesante. Me dijo que debía dejar de rezar el Rosario por un tiempo, sugiriéndome que encontrara otras oraciones que me salieran más naturalmente y que le pidiera a la Santísima Virgen que me ayudara a encontrar esas oraciones. "Deja que Dios te guíe en la oración", me dijo mi amiga. Aunque le agradecí su sincero aliento, no sabía exactamente a qué se refería. Pero dejé a un lado el Rosario y empecé a centrarme en otros medios de oración. Intenté acordarme de pedir ayuda a la Virgen en la oración y de estar abierta a lo que Dios me dijera.
No recuerdo cuándo sucedió ni si fue un momento dramático, pero en algún momento, empecé a rezar el Rosario de nuevo.
Entonces, un día, mientras rezaba los Misterios Luminosos en el coche, el Espíritu Santo me recordó un incidente reciente y me mostró cuánto sufría por el pecado de soberbia. De repente, pude reconocer la soberbia en muchos ámbitos de mi vida. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Este nuevo autoconocimiento despertó en mí un fuerte deseo de confesarme.
Mirando ahora hacia atrás, creo que las oraciones del Rosario me pusieron cara a cara conmigo misma y -lo que es más importante- con el rostro de Cristo.
Aquel día, en el coche, experimenté lo que San Juan Pablo II describió en su carta apostólica sobre el Rosario. Decía que al rezar el Santo Rosario, nos ponemos al lado de María y ella nos muestra a su Hijo: "Con el Rosario, el pueblo cristiano se sienta a la escuela de María y es llevado a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. A través del Rosario, los fieles reciben gracia abundante, como de las mismas manos de la Madre del Redentor". (Rosarium Virginis Mariae)
San Juan Pablo II abordó a continuación uno de los errores que cometemos cuando rezamos el Rosario: "Si la repetición se considera superficialmente, podría existir la tentación de ver el rosario como árido y aburrido". En lugar de eso, dijo, debemos considerarlo como una "efusión de amor". Debemos escuchar mientras rezamos y no limitarnos a recitar las palabras: "No se trata de recordar información, sino de dejar hablar a Dios".
Ese era mi problema. Antes recitaba el Rosario. No escuchaba. No dejaba hablar a Dios.
El Papa San Juan Pablo II, que tanto amaba el Rosario, decía que cuando convertimos en hábito el rezo del Rosario, nos conformamos cada vez más a Cristo hasta alcanzar la verdadera santidad. Nos animaba a transmitir a los demás el amor al Rosario, porque "el rezo del Rosario llevará al mundo, con la sonrisa de la Virgen Madre, los tonos tiernos del amor de Dios".
He descubierto esta verdad. Por eso, aunque no esté rezando el Rosario, sino simplemente tocando las cuentas que llevo en el bolsillo o viendo el rosario colgado del espejo retrovisor, siento en lo más profundo de mí una sensación de calma y de paz.
El Rosario es una oración especial y únicamente mariana y, por tanto, es un modo de acercarse a Nuestro Señor a través de Nuestra Señora. Ella es la guía perfecta y lo único que desea es que nos acerquemos con todo a su Hijo.
"Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un paso pausado, que ayuda al individuo a meditar en los misterios de la vida del Señor vistos a través de los ojos de Ella, que fue la más cercana al Señor. De este modo se despliegan las insondables riquezas de estos misterios..." Papa Pablo VI, Marialis Cultus
Recemos durante el mes de octubre (y siempre) para que consideremos al Santo Rosario como un compañero fiel y lo tengamos cerca para que produzca en nuestra alma efectos felices.
¡Nuestra Señora del Rosario, ruega por nosotros!
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