En medio de las mil dificultades, problemas y aflicciones que nos rodean, ¡cuántas veces buscamos alguna forma de refrescarnos! Pero en un mundo de agitación y violencia, ¿dónde podemos encontrar consuelo? "Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resuena en el silencio de los corazones, susurras en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz". ¡Gracia divina! Ésta es la única capaz de darnos verdadera tranquilidad de conciencia, paz de alma y dulzura de espíritu.
La gracia, este don preciosísimo de Dios, tiene un sagrario del que rebosa y se derrama sobre todos los que la desean: María Santísima. "Dios Padre reunió todas las aguas y las llamó mar; reunió todas sus gracias y las llamó María".
Un versículo del cántico evangélico del Magnificat proclama la causa de las innumerables maravillas de las que la Virgen se ha hecho receptora y administradora: "Ha visto la pequeñez de su Sierva, desde ahora las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lucas 1, 48). La Virgen Inmaculada se vació completamente de sí misma y se conservó sin la menor sombra de ambición; por eso, el Altísimo pudo colmar su alma con preciosos e inigualables torrentes de gracia, signo de su amor.
Desde esta perspectiva, la imagen de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa revela la relación que mantiene tanto con el Creador como con las criaturas.
Su vestido es muy sencillo y sin adornos; se la representa tal como se presenta a Dios. María Santísima se reconoce impotente ante el Todopoderoso, humilde ante la Grandeza, una nada ante Aquel que lo es todo.
Pero, al mismo tiempo, es posible comprender el modo en que el Señor la revela a la humanidad: desbordante de gracias, rica en todos los dones, siempre acogedora "con los brazos abiertos, [con] una sonrisa en los labios, llena de una amorosa invitación a acercarse y vivir un rato con Ella". Es la Mediadora de los dones celestiales, Madre de los que piden favores, de los miserables, de los afligidos, de los que necesitan su intercesión victoriosa.
Otro aspecto notable de la imagen es su blancura. Aparece toda blanca, porque alberga las intenciones más puras. Por otra parte, nos da una idea de luminosidad, de alguien que desciende de lo alto, mientras que el gesto de sus manos indica que está cerca y deseosa de hacerse presente para favorecerla y colmarla de bienes, con una intimidad maternal, majestuosa y amistosa.
¿No estará de acuerdo el lector en que la postura de la Soberana del Universo muestra una ligera inclinación hacia los fieles que se encuentran a sus sagrados pies? De rodillas ante Ella, sentimos la solicitud eterna que se despliega sobre cada uno de nosotros -por pecador que seamos-, predispuesta a levantarnos, sostenernos en sus brazos, acariciarnos con sus manos finísimas, envolvernos en su manto de seda, cubrirnos con su ternura más afectuosa y hacer desbordar el amor de su Corazón Inmaculado.
Encomendémonos, pues, confiados hasta el fin, en las manos de esta augusta Reina, tan rica en todos los dones, pero al mismo tiempo Madre nuestra, tan íntima y siempre dispuesta a atender todas nuestras necesidades.

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