Traducido del sitio Jardiner de Dieu:
Adviento significa confiar y esperar como y con María. El año litúrgico comienza con el fervor del Adviento, esta espera gozosa de Alguien, el que viene, el Dios Emmanuel con nosotros, un Dios que entra en la historia de la humanidad para recorrer todas sus etapas y compartir las angustias, alegrías, penas, esperanzas e inquietudes de los hombres y mujeres de toda la historia y de toda la humanidad. ¡Y eso es lo nuevo del cristianismo! Un Dios que ama tanto a la humanidad que se hace parte de ella, como todo ser humano.
Sí, el tiempo de Adviento nos hace esperar una infancia divina y gozosa, la alegría del Señor que se hace carne, que abraza la aventura humana a través de la experiencia de la vida cotidiana, con la sencillez y la inocencia de la infancia. Se hace uno de nosotros para darnos la vida divina.
Sin embargo, esta hermosa experiencia de salvación, que entra en una "fase nueva y decisiva" (el plan de Dios existía desde la eternidad) con la Encarnación, no habría podido realizarse para nuestra humanidad sin el "sí" generoso y gratuito de Aquella que se puso a disposición de Yahvé para ser la Madre de nuestro Señor. El Adviento es un tiempo en el que se nos invita a contemplar a María, una joven de Nazaret, una de tantas, una criatura sencilla en circunstancias humildes, carente de cultura y de familia muy modesta. Ella habría podido orientar su libertad hacia otra parte, diciendo legítimamente no a las misteriosas propuestas del ángel Gabriel, el Mensajero de Dios. Y ciertamente Dios habría respetado esa libertad, porque nuestro Dios nos quiere y nos ha creado totalmente libres, hasta el punto de que podemos incluso decirle que no y cerrarle la puerta de nuestro corazón. María podría haber dicho libremente que no a la Palabra de Dios, persiguiendo sus planes y objetivos de jovencita, con vistas a su matrimonio con José. Sin embargo, María respondió: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1, 38).
La respuesta de María es una aceptación libre de la voluntad de Dios, del plan de amor de Dios. No se trata de un sí conveniente para librarse de ese ángel perturbador, como a veces decimos sí en nuestra vida para librarnos de alguien que nos molesta, sin adhesión libre por nuestra parte. Además, la respuesta de María no está motivada por el miedo o la aprensión a un posible castigo. No hay amenaza, sino un ángel que explica y quiere tranquilizar, con una pedagogía que lleva a la comprensión. Es la manera que tiene Dios de enseñar.
El "sí" de María es realmente un acuerdo, una aceptación libre, consciente e incondicional de un proyecto que viene del Dios Creador Todopoderoso del que le hablaron sus padres Ana y Joaquín, un Dios que no usa su fuerza ni muestra su poder para imponerse, sino un Dios que quiere llevar a la humanidad sencillamente a la salvación humillándose y abajándose, y usando nuestras libertades en la vida cotidiana.
María era consciente de que, con su sí, iba a participar en este proyecto de Amor querido por Dios desde la eternidad. Comprendió que también Ella había sido pensada por el Señor como parte de este plan, que había sido concebida y predispuesta para que este plan pudiera realizarse en la historia. Este es el sentido mismo de la fiesta de la Inmaculada Concepción que celebramos en el corazón del Adviento. Sí, María reconoce que ha sido privilegiada entre todas las mujeres, que ha encontrado el favor de Dios. Y fueron todos estos elementos los que la decidieron a abrazar el plan de Dios.
Sin embargo, María también era consciente de que su maternidad tendría consecuencias difíciles de aceptar en la sociedad y la cultura de su tiempo: era señalada, objeto de habladurías en las calles de Nazaret, y se arriesgaba a la pena de muerte por lapidación, como todas las muchachas de su época que se quedaban embarazadas antes o después del matrimonio. Ella aceptó afrontar este peligro, pero tenía plena confianza en el Señor, que nunca nos abandona cuando nos confía una misión.
En este tiempo de Adviento, María es el icono que se nos ha dado para acompañarnos en la espera de la fiesta de Navidad. Ella es el icono de la Esperanza, del Amor y de la Fe. Contemplémosla también nosotros, para que nos obtenga estas virtudes teologales, es decir, venidas de Dios, para que dejemos nacer al Señor en nosotros cada día, libre y confiadamente.

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