Del sitio Magnificat:
A principios del siglo XIX, un sacerdote visitó las islas de Fernando-Po y Amban. Se asombró al encontrar una cruz toscamente construida en la orilla, no lejos del mar, rodeada por un grupo de niños nativos, uno de los cuales era blanco. Rezaban el rosario en español. Al ver al sacerdote, el niño exclamó: "¡Un sacerdote!" y todos los demás volvieron inmediatamente la cabeza. El misionero se acercó y pidió al niño, que podía tener diez años, que le llevara a casa de sus padres. "Aquí no tengo padres" -respondió-. "Naufragué en esta isla y unas personas me acogieron. Recordando el consejo de mi madre de rezar el rosario todos los días, empecé a rezarlo. Como no tenía una estatua de la Virgen y no sabía cómo hacer una, hice esta cruz delante de la cual rezo mis oraciones todos los días. Mis amiguitos vienen allí conmigo, y he intentado enseñarles el Ave María, para que podamos rezar juntos el rosario".
El misionero preguntó al niño cuánto tiempo llevaba en la isla. "No lo sé exactamente", respondió, “pero me parece que debe de ser mucho tiempo; porque a mí me pareció mucho tiempo, lejos de papá y mamá”. El niño condujo al sacerdote a la casa que le había acogido, y estas buenas gentes le recibieron con gran respeto. Al día siguiente, el misionero presidió el rezo del rosario, al que asistieron varias familias. Les dirigió algunas palabras; incluso fue de familia en familia, y pronto, bajo la protección de la Reina del Rosario, se formó un ferviente cristianismo, que creció con la llegada de otros hombres apostólicos. Uno de éstos, al regresar a España, se llevó consigo al niño. El niño tuvo la suerte de encontrar a sus padres, que también habían escapado del naufragio. Les habló de la bondad de María con él y de los prodigiosos efectos del rosario durante el destierro en el que había vivido.
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