sábado, 15 de marzo de 2025

Meditando el Rosario: Primer Misterio Doloroso: La Agonía en el Huerto:

 


Del blog María Valtorta:

Jesús abre sus ojos de nuevo. Con esfuerzo levanta la cabeza. Mira. Está solo, pero menos angustiado. Alarga una mano. Arrima hacia sí el manto que había dejado abandonado en la hierba y vuelve a secarse la cara, las manos, el cuello, la barba, el pelo. Coge una hoja ancha, nacida justo en el borde del desnivel, empapada de rocío, y con ella termina de limpiarse mojándose la cara y las manos y luego secándose de nuevo todo. Y repite, repite lo mismo con otras hojas, hasta que borra las huellas de su tremendo sudor. Sólo la túnica, especialmente en los hombros y en los pliegues de los codos, en el cuello y la cintura, en las rodillas, está manchada. La mira y menea la cabeza. Mira también el manto, y lo ve demasiado manchado; lo dobla y lo pone encima de la piedra, en el lugar en que ésta forma una concavidad, junto a las florecillas.

Con esfuerzo –como por debilidad– se vuelve y se pone de rodillas. Ora, apoyada la cabeza en el manto donde tiene ya las manos. Luego, tomando como apoyo la roca, se alza y, todavía tambaleándose ligeramente, va donde los discípulos. Su cara está palidísima. Pero ya no tiene expresión turbada. Es una faz llena de divina belleza, a pesar de aparecer más exangüe y triste que de costumbre.

Los tres duermen sabrosamente. Bien arrebujados en sus mantos, echados del todo, junto a la hoguera apagada. Se los oye respirar profundamente, con comienzo incluso de un sonoro ronquido.

Jesús los llama. Es inútil. Debe agacharse y dar un buen zarandeo a Pedro.

"¿Qué sucede? ¿Quién viene a arrestarme?" dice Pedro mientras sale, atónito y asustado, de su manto verde obscuro.

"Nadie. Te llamo Yo".

"¿Es ya por la mañana?".

"No. Ha terminado casi la segunda vigilia".

Pedro está todo entumecido.

Jesús da unos meneos a Juan, que emite un grito de terror al ver inclinado hacia él un rostro que, de tan marmóreo como se ve, parece de un fantasma. "¡Oh... me parecías muerto!".

Da unos meneos a Santiago, el cual, creyendo que le llama su hermano, dice: "Han apresado al Maestro?".

"...Todavía no, Santiago" responde Jesús. "Pero, alzaos ya. Vamos. El que me traiciona está cerca".

Los tres, todavía atónitos, se alzan. Miran a su alrededor... Olivos, Luna, ruiseñores, leve viento, paz... nada más. Pero siguen a Jesús sin hablar. También los otros ocho están más o menos dormidos alrededor del fuego ya apagado.

"¡Levantaos!" dice Jesús con voz potente. "¡Mientras viene Satanás, mostrad al insomne y a sus hijos que los hijos de Dios no duermen!».

"Sí, Maestro" .

"¿Dónde está, Maestro?".

"Jesús, yo...".

"Pero ¿qué ha sucedido?".

Y entre preguntas y respuestas enredadas, se ponen los mantos...

El tiempo justo de aparecer en orden a la vista de la chusma capitaneada por Judas, que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas: son una horda de bandidos disfrazados de soldados, caras de la peor calaña demacradas por sonrisas maliciosas demoníacas; hay también algún que otro representante del Templo.

Los apóstoles, súbitamente, se hacen a un lado. Pedro delante y, en grupo, detrás, los demás. Jesús se queda donde estaba.

Judas se acerca resistiendo a la mirada de Jesús, que ha vuelto a ser esa mirada centelleante de sus días mejores. Y no baja la cara. Es más, se acerca con una sonrisa de hiena y le besa en la mejilla derecha.

"Amigo, ¿y qué has venido a hacer? ¿Con un beso me traicionas?".

Judas agacha un instante la cabeza, luego vuelve a levantarla... Muerto a la reprensión como a cualquier invitación al arrepentimiento. Jesús, después de las primeras palabras, dichas todavía con la solemnidad del Maestro, adquiere el tono afligido de quien se resigna a una desventura. 

La chusma, con un clamor hecho de gritos, se acerca con cuerdas y palos y trata de apoderarse de los apóstoles –excepto de Judas Iscariote, se entiende– además de tratar de prender a Jesús.

"¿A quién buscáis?» pregunta Jesús calmo y solemne.

"A Jesús Nazareno".

"Soy Yo". La voz es un trueno. Ante el mundo asesino y el inocente, ante la naturaleza y las estrellas, Jesús da de sí –y yo diría que está contento de poder hacerlo– este testimonio abierto, leal, seguro.

¿Ah!, pero si de El hubiera emanado un rayo no habría hecho más: como un haz de espigas segadas, todos caen al suelo. Permanecen en pie sólo Judas, Jesús y los apóstoles, los cuales, ante el espectáculo de los soldados derribados se rehacen, tanto que se acercan a Jesús, y con amenazas tan claras contra Judas, que éste súbitamente se retira –huye al otro lado del Cedrón y se adentra en la negrura de una callejuela–, con el tiempo justo de evitar el golpe maestro de la espada de Simón, y seguido en vano de piedras y palos que le lanzan los apóstoles que no iban armados de espada.

"Levantaos. ¿A quién buscáis?, vuelvo a preguntaros".

"A Jesús Nazareno".

"Os he dicho que soy Yo" dice con dulzura Jesús. Sí: con dulzura. "Dejad, pues, libres a estos otros. Yo voy. Guardad las espadas y los palos. No soy un bandolero. Estaba siempre entre vosotros. ¿Por qué no me habéis arrestado entonces? Pero ésta es vuestra hora y la de Satanás...».

Mientras El habla, Pedro se acerca al hombre que está extendiendo las cuerdas para atar a Jesús y descarga un golpe de espada desmañado. Si la hubiera usado de punta, le habría degollado como a un carnero. Así, lo único que ha hecho ha sido arrancarle casi una oreja, que queda colgando en medio de un gran flujo de sangre. El hombre grita que le han matado. Se produce confusión entre aquellos que quieren arremeter y los que al ver lucir espadas y puñales tienen miedo.

"Guardad esas armas. Os lo ordeno. Si quisiera, tendría como defensores a los ángeles del Padre. Y tú, queda sano. En el alma lo primero, si puedes". Y antes de ofrecer sus manos para las cuerdas, toca la oreja y la cura.

Los apóstoles gritan alteradamente... Sí, me duele decir esto, pero es así. Quién dice una cosa; quién, otra. Quién grita: "¡Nos has traicionado!", y quién: "¡Pero ha perdido la razón!», y quién dice: "¿Quién puede creerte?". Y el que no grita huye...

Y Jesús se queda solo... El y los esbirros... Y empieza el camino...

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