Reporta Javier García Herrería en Cari Filii la Historia de la Virgen del Rosario que participó en la batalla de Lepanto, en 1571, donde las huestes cristianas que se encontraban en minoría de fuerzas derrotaron a la flota turca, salvando la Cristiandad y apagando el ímpetu del avance musulmán.
San Pío V, el Papa de la época y alma de esa que era una verdadera cruzada, había dado disposiciones muy específicas para preservar la moral cristiana de las tropas: todos los soldados debían recibir confesión, Eucaristía y rezar el Rosario justamente antes de la batalla; cualquier soldado cuyo comportamiento pudiera ofender a Dios debía ser apartado de la lucha; y, por último, las naves debían portar emblemas religiosos. Los que quedaron en tierra también tenían trabajo: las naciones cristianas debían rezar también el Rosario y realizar ayunos.
Uno de los grandes de esa batalla —al lado de don Juan de Austria, Alejandro Farnesio, Luis de Requesens y Juan Andrea Doria— fue don Álvaro de Bazán, quien siguió escrupulosamente las recomendaciones papales.
Horas antes de embarcar, cargó en su nave una imagen de Nuestra Señora del Rosario, de tamaño natural, que actualmente se encuentra en la iglesia de Santo Domingo de Granada, en un excelente camarín.
Su vestido es una armadura de plata, que recuerda su participación en Lepanto, y también que revela su condición de Capitana General de la Armada española, como ella es.
Un texto del almirante Luis de Córdoba rememora los detalles
magníficos del como don Álvaro de Bazán ‘secuestró’ esta imagen del
convento de los dominicos de Granada:
"Corría el año de 1571 y las galeras españolas repartidas por los puertos se preparaban para reunirse en Mesina con las demás armadas de la liga cristiana. Una noche en la que la galera capitana de D. Álvaro [de Bazán] se encontraba en Cartagena, ordenó éste de improvisto que sacaran los enseres que había en su cámara, y en su lugar hiciesen un altar. Tomó a treinta hombres de la tripulación, con ellos salió de la galera, y ya en tierra montaron en caballos y desaparecieron".
"Al toque de oración del día siguiente llegaban a las puertas del convento de Santo Domingo de Granada pidiendo D. Álvaro hablar con el prior de aquella orden. En presencia de éste expuso su fin, venía a por la imagen de la Virgen del Rosario, que allí se veneraba, para llevarla en su galera a combatir al Turco".
"El prior reunió a la comunidad sorprendido por la demanda. Pío V
les había ordenado rogar a la Virgen por el triunfo de las armas
cristianas, y si la imagen no estaba allí, ¿ante quién hacer las
rogativas?".
"A esto contestó el de Bazán: ´Los rezos los oirá la Virgen en donde quiera que esté, más los soldados gustan de ver entre ellos a quien los manda`. ´Si el Santo Padre os manda pedir a la Virgen por nuestro triunfo, él será gustoso en saber que Ella está entre nosotros`".
"Se tratan algunos puntos y la comunidad consiente. A media noche aquellos treinta rudos soldados de mar, sacaban en secreto a la Virgen de su convento, y en la noche siguiente estaba rodeada de luces en el altar de la cámara de la galera. Nadie supo cómo había ido, y solo los demás hombres de la galera que la recibieron arrodillados en cubierta supieron cómo había llegado. Al día siguiente salían para Mesina, y después a Lepanto".
"La voluntad de Dios hizo que Don Juan de Austria dispusiera a toda la armada cristiana en forma de cruz para la batalla. Seis galeazas y las galeras del de Austria formaban la cabeza y centro de la cruz; las de Andrés Doria, el brazo derecho de la cruz; las de Barbarigo, el brazo izquierdo; y las galeras de don Álvaro, formando la retaguardia, el pie de la cruz. La Virgen estaba al pie de aquella cruz que triunfó sobre la media luna que formaban las galeras de Alí-Bajá. Al volver Don Álvaro a España, después de la batalla, la Virgen que llevaba retornó a su convento de Granada con el mismo y grande secreto".
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