viernes, 26 de abril de 2024

Gerty Cori, católica conversa primera Nobel de Medicina

Del sitio Alfa & Omega:

La apasionante historia de Gerty Cori empieza en Praga el 8 de agosto de 1896. La mayor de tres hermanas, creció en el seno de una familia judía acomodada. Su padre, Otto Radnitz, químico y director de una refinería de azúcar, fue quien impulsó la pasión de la niña por la ciencia. Después de diez años de educación en casa y unos pocos más en una escuela femenina en la que se preparaba para el futuro rol de esposa y madre, Gerty se propuso algo que podría parecer inalcanzable en aquellos primeros años del siglo XX. Quería estudiar en la universidad y dedicarse a la ciencia. Apoyada por Otto y por un tío suyo que era profesor de pediatría en la Universidad de Praga, se preparó a conciencia para aprobar, con impecables calificaciones, el acceso a la Facultad de Medicina de la Universidad Carl Ferdinand.

En las clases de la facultad descubrió su pasión por la bioquímica y conoció también al que sería su marido. Carl Cori era un joven estudiante de Medicina que quedó prendado de aquella joven entusiasta con la que empezó a compartir sus inquietudes científicas. De pasar horas en clase y en el laboratorio juntos pasaron a compartir también su vida personal, hasta que tomaron la decisión de contraer matrimonio. 1920 fue un año clave en la vida de la pareja. Además de publicar su primer trabajo conjunto y licenciarse ambos en Medicina, se casaron en una iglesia católica de Viena. Antes, Gerty había tomado la profunda decisión de convertirse al catolicismo, fe que practicaría toda su vida y que hizo de ella una mujer de intensa espiritualidad que no fue nunca incompatible con su faceta científica.

Instalados en la capital de la recién fundada República de Austria, Gerty empezó a trabajar en un hospital como pediatra, pero la devastación producida por la Primera Guerra Mundial y las presiones antisemitas impulsaron a los Cori a abandonar Europa y buscar nuevas oportunidades en Estados Unidos. Instalados en Búfalo, la pareja continuó con sus investigaciones, centradas en el metabolismo energético. En 1928 consiguieron la nacionalidad estadounidense y, para entonces, eran ampliamente conocidos en la comunidad científica de su país de adopción. Uno de sus mayores logros fue el descubrimiento del ciclo de Cori, que define el camino que siguen la glucosa y el lactato entre los músculos y el hígado. Llegaron a publicar conjuntamente decenas de artículos y, aun así, a Gerty le fue mucho más difícil que a Carl encontrar un puesto oficial y un sueldo digno de su labor. La mayoría de proyectos tuvo que liderarlos Carl mientras que Gerty asumía el papel de asistenta y, si cobraba, recibía una remuneración escandalosamente inferior a la de su marido.

En 1936, Gerty dio a luz a su único hijo, Thomas. Durante el embarazo, continuó yendo al laboratorio y solo permaneció en casa tres días después del parto. Desde entonces, demostró que podía llevar las riendas de su hogar y la crianza de su hijo sin abandonar sus investigaciones. Conscientes de que quedaba mucho camino por recorrer en la igualdad entre hombres y mujeres, los Cori convirtieron su laboratorio en un pequeño universo en el que todos los científicos, sin importar raza, sexo o religión, tenían las puertas abiertas. Por su laboratorio pasaron grandes figuras como la bioquímica Mildred Cohn y hasta seis científicos que llegarían a conseguir el Premio Nobel, entre ellos, el español Severo Ochoa quien, tras la muerte de Gerty, diría de ella que había sido "un ser humano de una gran profundidad espiritual".

Once años después, en 1947, fue otro periodo clave en la vida de los Cori, un año agridulce. Gerty conseguía, tras demasiado tiempo de reivindicaciones, una plaza de catedrática en la Universidad de Saint Louis. Poco después, la pareja conocía la noticia de que habían sido elegidos para el Premio Nobel de Medicina por su descubrimiento del mecanismo de la conversión catalítica del glucógeno. Gerty y Carl recibieron el galardón con una alegría contenida. Días antes, a Gerty se le había diagnosticado una anemia incurable. Falleció el 26 de octubre de 1957. Los diez años que vivió desde que le fue diagnosticada su enfermedad no abandonó la ciencia. Siguió estudiando, investigando y luchando contra la fatiga y el agotamiento que estaban minando su cuerpo. Pocos meses antes de morir publicó su último artículo científico, centrado en las enfermedades congénitas del metabolismo del glucógeno. El pasado 11 de febrero se celebró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia para recordar, precisamente, a tantas mujeres como Cori.

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