Del sitio Rosario en Familia:
Alabado por Papas y admirado por las estrellas de Hollywood de su tiempo, el P. Patrick Peyton (1909-1992) fue un hombre entregado a una misión: hacer que el Santo Rosario se rezara en cada hogar.
Con este objetivo, recién ordenado, este sacerdote irlandés se animó a enviar cartas a todos los obispos de los Estados Unidos para pedirles que fomentaran el rezo del Rosario en los hogares. Con ese mismo objetivo, fundó una productora que creó programas de radio y televisión, además de películas para evangelizar y para vincular los misterios del Rosario con la vida diaria.
Su ardor por la oración –pasaba horas ante el Santísimo Sacramento—lo impulsó a vencer su timidez y a congregar multitudes en sus cruzadas del Rosario. En San Francisco, Estados Unidos, reunió a 550.000 asistentes; en Barcelona, España, a 800.000. Y en Sao Paulo, Brasil, lo mismo que en Manila, Filipinas, rezaron con él dos millones de personas.
Se calcula que, en total, más de 28 millones participaron en sus cruzadas, entre 1948 y 1985, lo que lo convierte en el predicador católico que ha alcanzado a más personas después del Papa Juan Pablo II. Quienes escuchaban al Padre Peyton volvían a sus casas con ganas de orar, tocados por la experiencia del amor de Dios y por la paz que acompaña a la Virgen María.
Lo suyo fue un acto de agradecimiento. Toda la actividad que Peyton desplegó fue una manera de honrar a la Madre de Dios, quien le mostró su ternura durante su juventud. Este sacerdote de la Congregación de Santa Cruz, fundador del Apostolado del Rosario en Familia, siempre conservó el recuerdo del año que pasó en la enfermería de la Universidad de Notre Dame, cuando culminaba sus estudios de teología. Estaba gravemente enfermo de tuberculosis.
“En esa enfermería, lejos de mis compañeros, yo me encontré en lo más profundo del desaliento y de la desesperanza. Pero fue allí también que encontré realmente a María. Al encontrarla, descubrí lo que Cristo quería que ella fuera para mí: una Madre tierna y amorosa. En mi hora más triste, acudí a Ella por ayuda. Me respondió con amor. Me recuperé, regresé al seminario y fui ordenado sacerdote. Ahora era mi turno”, dijo el P. Peyton.
El Padre Peyton atesoraba también un recuerdo aún más remoto: el de los días de su infancia, en una zona rural de Irlanda, en la que, los domingos, los fieles caminaban en grupo, entre los campos vestidos de flores, hacia la capilla. En su casa, cada noche, la familia se arrodillaba a rezar el Rosario, dirigidos por su padre.
Y, así, en medio de su pobreza, al calor de su hogar, conoció a Dios. Esa era la experiencia que él anhelaba compartir con todos. Marcado para siempre por ella, dedicó sus últimas palabras a la Virgen: "María, mi Reina, mi Madre."
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