lunes, 7 de abril de 2025

A partir de ese momento me encantó rezar el Rosario


 Del sitio Découvrir Dieu:

Tras una ruptura, Marie-Claire se hunde en la depresión. Sensibles a su sufrimiento, sus padres le proponen una peregrinación en la que experimentará el amor de María. Su relación con Jesús se transformó.

Hola, me llamo Marie-Claire. Voy a contarles un poco mi historia. 

Mis padres eran católicos practicantes. Iba a misa con ellos cuando era pequeña, pero en realidad nunca entendí nada: el cuerpo de Cristo no significaba nada para mí. Y cuando llegué a la adolescencia, ya no le veía sentido: así que dejé de ir a misa a los 16 años.  

Y más tarde, tuve un matrimonio muy caótico, muy doloroso. Y me hundí en la depresión. Rezaba cuando estaba muy deprimida: entraba en una iglesia y encendía una vela. Sabía que Él existía, pero muy lejos, muy... Y entonces, lo veía más como un juez. 

Luego, a los 26 años, mi madre, viendo que no me iba nada bien, me dijo: "Con tu padre y tu hermana pequeña, te vamos a pagar un viaje a Roma". Y yo lo tomé como un salvavidas; un viaje a Roma... eso fue todo... 

Así que duró diez días: hicimos un viaje para visitar Roma. Y al final, fuimos a un pueblecito de Italia llamado San Damián, donde se decía que la Virgen María se había aparecido entre 1960 y 1980. Así que fui allí. Mi primera impresión no fue muy buena: rezaban el rosario en latín... yo seguía un poco para complacer a mis padres... no me gustaba nada. Pensaba que estaban todos locos. Para abril, hacía mucho frío: llovía. Y pedí una señal para que hiciera sol al mediodía.  

Y durante el rosario, hubo un minuto de silencio en un momento dado. Y fue entonces cuando realmente sentí como si alguien me pusiera un manto encima. Y de repente ya no tenía frío. Y dentro de mí, era como la imagen de un espejo que se rompía. Y, en un minuto, releí mi vida: puse a un lado lo bueno y al otro lo malo. Y supe adónde tenía que ir. Y empecé a rezar el Rosario en latín, aunque no lo sabía: simplemente me vino. 

Y a partir de ese momento, me encantó rezar el rosario. Sentí realmente el amor de la Santísima Virgen. Pero, poco a poco, ella me llevó a Jesús. Poco a poco, volví a rezar, a ir a misa. Y cuando volví de aquella peregrinación, estaba feliz, mientras que me había ido toda triste. Pensé: "¿Cómo es posible que esta gente sea tan feliz?" Y recuerdo que con mi hermana, que se convirtió al mismo tiempo, nos convertimos las dos. Y éramos tan felices...  

Y esa alegría me ayudó, se quedó conmigo, incluso en los momentos de prueba. Fue entonces cuando me dirigí a Dios, le di las gracias, le alabé... Y desde entonces, ha sido un camino: no todo sucede de la noche a la mañana. Dios está conmigo todo el tiempo. Hablo con él todo el día. Rezo para que venga su reino. Rezo por los asuntos de Jesús y para que él se ocupe de los míos. Lo hace tan bien, con tanto amor, con tanta delicadeza. Y me gustaría tanto que todos creyeran en él: no es más que amor. Sólo tienes que pedirle ayuda, abrir tu corazón, y no recibirás de él más que felicidad.

domingo, 6 de abril de 2025

San Luis: El rey nacido con ayuda del Rosario

 

Adaptado del sitio Editions ou Ginko:

San Luis fue un rey tan grande que el siglo XIII recibió su nombre: el siglo de San Luis. En los 40 años de su reinado (1234-1270), convirtió a Francia en el corazón de la cristiandad y propició la influencia del arte medieval, hasta el punto de que, por ejemplo, se construyeron edificios de estilo francés.

Cumplió así el sueño de su madre, Blanca de Castilla, que había rogado largamente a la Virgen María que le diera un hijo digno, por sus virtudes, de llevar la corona de rey de Francia. Su padre, Luis VIII, conocido como "El León", era él mismo un gran devoto de la Virgen María. En su testamento, pidió que se vendieran su corona y sus joyas para construir un monasterio dedicado a la Virgen María, deseo que cumplió su esposa.

El siglo de San Luis fue, por tanto, un siglo mariano. La gran devoción de San Luis y su familia a la Virgen María, así como la influencia de los dominicos y franciscanos, que aconsejaron a San Luis en su fe, provocaron cambios en la imagen de la Virgen María y en la mariología: el lugar de María en esta sociedad jerárquica creció: ahora estaba situada con Cristo en el cielo. Por eso se celebra más la gloria de la Virgen María, su coronación, que su humildad: se la honra como Reina más que como sierva; también se la honra como Madre. La figura de Eva se sustituye por la de María, la Nueva Eva, y el peso del pecado se aligera con la esperanza de la salvación. Esta esperanza se refleja en el arte gótico, en la arquitectura y en el conjunto de las artes, y se encarna en las representaciones de la Virgen María.

Este artículo destaca el lugar que San Luis concedió a la Virgen María en este siglo de oro del cristianismo medieval.

San Luis fue el fruto de una larga oración a la Virgen María. En efecto, su madre, la reina Blanca de Castilla, angustiada por no tener hijos, había conocido a Santo Domingo, que había ido a saludarla a París. Santo Domingo la instó a tomar a la Virgen María como mediadora, a rezar el rosario y a hacerlo rezar por las personas piadosas de la Corte. Él mismo había rezado por esta intención. Y así, el 25 de abril de 1214, nació el niño que se convertiría en Luis IX a la edad de 12 años, bajo la fuerte regencia de su madre durante su minoría de edad. Al final de su regencia, la reina Blanca de Castilla dejó a su hijo un reino pacífico, y continuó ejerciendo la autoridad espiritual y la regencia intermitente hasta su muerte, junto con su hijo.

Luis IX, canonizado en 1297 por el papa Bonifacio VIII

sábado, 5 de abril de 2025

Meditando el Rosario. Cuarto Misterio Doloroso: Jesús con la cruz a cuestas camino al Calvario

 


Del sitio Directorio Franciscano:

Después de haberse burlado de Jesús, los soldados le quitaron el manto de púrpura que le habían echado encima, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz detrás de Jesús.

Lo seguía una gran multitud del pueblo y también unas mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos...".

Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él. Llegados a un lugar llamado Gólgota, que quiere decir Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores.

Este misterio propone a la contemplación y meditación del creyente el Vía Crucis o Camino de la Cruz, los pasos que dio Jesús, por las calles de Jerusalén, caminando hacia el Calvario para ser allí ajusticiado. Es normal que los sumos sacerdotes y los demás miembros del Sanedrín trataran de dar la máxima publicidad a la ejecución de Jesús en una ciudad repleta de peregrinos llegados para las celebraciones pascuales; los enemigos del Señor no podían dejar escapar la oportunidad de prolongar y magnificar ante la muchedumbre su triunfo y la humillación de Jesús, cuyos seguidores y simpatizantes debían quedar advertidos. Las únicas personas que protestaron públicamente contra esa ejecución fueron las piadosas mujeres. Como, según la tradición, fue una mujer, llamada Verónica, la que, abriéndose paso entre la muchedumbre, limpió, llena de piedad, el rostro del Señor con un velo en el que Jesús dejó grabada su Santa Faz. Ciertamente, en el profeta Isaías podemos ver la descripción del rostro de Jesús, la imagen que ofrecía en aquel momento: No tenía apariencia ni presencia, lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar; despreciable y desecho de hombres...

El Evangelio, que habla de María junto a la cruz de su Hijo, no menciona su presencia durante el camino hacia el Calvario. La cuarta estación del Vía crucis tradicional considera precisamente el encuentro de Jesús con su Madre en la calle de la amargura. Bien estuviera cerca de Jesús, en medio de la multitud, bien se mantuviera algo más retirada, lo cierto es que le acompañaba en sus dolores y sufrimientos, y sentía en su propia alma el desprecio y ultraje público de que era objeto el Hijo, y que, en definitiva, vivía con la máxima intensidad su condición de madre de aquel ajusticiado, y de corredentora de los hombres, asociada al Redentor.

viernes, 4 de abril de 2025

¿Sabías que el Ángelus se reza tres veces al día

 


Del sitio Aleteia:

Una oración entrañable en la Iglesia es el Ángelus en el que se invoca a la santísima Virgen María, pero ¿sabes que se reza tres veces al día? Aquí te contamos

El Ángelus es una oración muy antigua que se reza a diario, con excepción de tiempo pascual en el que se recita el Regina Coeli. En él se saluda a la santísima Virgen María, haciendo una síntesis del misterio de la Encarnación.

El directorio franciscano acota que la oración tiene su origen en la Orden, comentando lo siguiente: "Por cuanto se sabe, fue Fr. Benito de Arezzo quien, hacia el año 1250, introdujo en el convento de Arezzo el Ángelus, haciendo cantar o recitar, a la caída de la tarde, la antífona El Ángel habló a María mientras sonaban las campanas. El Capítulo general celebrado en Asís en 1269, y presidido por san Buenaventura, estableció que los hermanos exhortaran al pueblo a saludar a la Virgen con las palabras del Ángel cuando al atardecer sonara la campana de completas; posteriormente, ya en el siglo XIV, se introdujo el toque y el rezo del Ángelus por la mañana, y luego también al mediodía".

San Juan Pablo II diría también en su obra Don y Misterio que: "Comprendí entonces por qué la Iglesia reza el Ángelus tres veces al día. Entendí lo cruciales que son las palabras de esta oración: 'El Ángel del Señor anunció a María. Y Ella concibió por obra del Espíritu Santo... He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros...' ¡Son palabras verdaderamente decisivas!"

En efecto, el Ángelus se reza a las 6:00 de la mañana, a las 12:00 del día y a las 6:00 de la tarde. La oración es muy sencilla, como lo anotamos a continuación:

G. El ángel del Señor anunció a María.
R. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo.
Dios te salve, María…

G. He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mí según tu palabra.
Dios te salve, María…

G. Y el Verbo de Dios se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Dios te salve, María…

G. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo.

Oremos: Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que, los que hemos conocido, por el anuncio del Ángel, la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, lleguemos por los Méritos de su Pasión y su Cruz, a la gloria de la Resurrección. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo… (tres veces)

jueves, 3 de abril de 2025

Emilia (La Canastera) Fernandez: Martir del Rosario

Del sitio Alfa & Omega:

Emilia Fernández Rodríguez, conocida popularmente como la Canastera sube a los altares este sábado junto con otros 114 mártires de la fe durante la Guerra Civil. Es 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de la Virgen María, a quien tanto rezó la primera mujer gitana beata en la cárcel a través del Rosario. Es, de hecho, mártir del rosario.

Pero Emilia no es una mártir al uso; ella no fue asesinada de forma directa. No fue ejecutada. Es, como muchos lo han sido antes, mártir por los sufrimientos. Penurias que encontró en la cárcel, allí donde estaba esperándola Dios. Porque, aunque fue bautizada el mismo día de su nacimiento, la vida de esta mujer gitana no estuvo nunca cerca de la Iglesia. No se tiene constancia de que hubiese recibido catequesis, ni siquiera la Primera Comunión. Es tras ser conducida a la cárcel por ayudar a su marido a evitar ir al frente, poco después de casarse y embarazada, cuando descubre la fe a través de un grupo de mujeres de distintas condiciones –casadas, viudas, solteras y religiosas– que rezaban el rosario por las tardes. Aprendió entonces el padrenuestro, el avemaría y el gloria y, por tanto, el rezo del rosario, de la mano de Dolores del Olmo, aunque nunca supo de memoria las letanías. "Es en este momento, cuando descubre a Dios, que su vida cambia completamente. Deja de llorar y estar triste, y vuelve a ser la gitana alegre y simpática que había sido", explica a Alfa y Omega Martín Ibarra Benlloch, doctor en Historia y autor de Emilia la Canastera, editado por Palabra.

Para entonces, la nueva beata ya había subido algunos de los escalones que le han llevado al cielo: admitir la amistad con el otro en la cárcel; aprender a rezar el rosario; dejarse catequizar y tener un mayor deseo de Dios; escuchar la vida de los santos; y descubrir la Iglesia con aquellas mujeres en la cárcel, como una Iglesia en las catacumbas. Pero le quedaban algunos más, marcados, sobre todo, por el sufrimiento.

Uno de ellos fue el de superar el hambre que reinaba en la prisión, que era más un intento de exterminio deliberado que falta de víveres. En el caso de Emilia, la situación era doblemente grave, pues estaba encinta. Esta circunstancia la aprovechó la jefa de la cárcel, Pilar Salmerón, para chantajearla a cambio de comida y favores; solo le tenía que decir quién le había enseñado a rezar, quién era su catequista. La conmina incluso a apostatar. Se niega, "entiende que la verdadera libertad es la interior", reconoce Ibarra Benlloch. Así acaba Emilia en una celda de castigo, sola. Lo cuenta su propia catequista, según recoge el citado libro: "Esta muchacha que se encontraba condenada a seis años por haber evitado que su marido marchara al frente, a pesar de las falsas promesas de Pilar Salmerón y que ella creía ciertas, se negó en absoluto a delatar a la que le había enseñado a rezar; entonces, Pilar Salmerón, sin tomar en cuenta su estado la recluyó en una celda, dejándole en el mayor abandono y al dar a luz sin que se le prestase ninguna ayuda facultativa, e incluso le negó alimentos, ropas y elementos de higiene necesarios, muriendo a consecuencia de esto a los ocho días".

Subió así los escalones de la no delación de su catequista, el del cuidado de su maternidad aunque le cueste la vida y, finalmente, su abandono a Dios, pues entre grito y grito de dolor, reza junto a sus compañeras. Para Ibarra, lo más significativo de Emilia es "su entereza ante la adversidad y su capacidad de sufrimiento. Su humanidad y buenos modales. Su capacidad de observación e inteligencia natural. El darse cuenta de que debía volver a Dios a pesar de sus circunstancias dramáticas. El recurrir a la Virgen María, a través del rezo del rosario, para conocer más y mejor a Jesucristo. Emilia, que en el mismo día de su nacimiento fue bautizada, murió como cristiana ejemplar".

Son los escalones hacia la santidad de una mujer gitana como tantas; trabajadora como tantas, alegre y piadosa, leal y buena madre. Es, en definitiva, un buen ejemplo de que siempre hay tiempo para volver a Dios y que la santidad es posible.

La causa en la que se incluye Emilia está formada por un total de 115 mártires, de los que 95 son sacerdotes –92 diocesanos, dos operarios diocesanos y un franciscano– y 20 laicos, entre ellos dos mujeres. Todos eran naturales de Almería y su diócesis o residentes en su territorio en el tiempo de la persecución religiosa en la que fueron martirizados, entre 1936 y 1939. Entre los laicos había personas de toda condición y pertenecientes a distintas organizaciones eclesiales. Los hay que eran adoradores nocturnos; otros de Acción Católica o de la Asociación Católica de Propagandistas. Había abogados, agricultores, ingenieros de minas, amas de casa, maestros, farmacéuticos… que no dudaron en dar su vida por la fe. Más aún: dieron la vida perdonando a sus verdugos.

 

miércoles, 2 de abril de 2025

Mi abuela Anna rezaba seis horas diarias a María

 


Del sitio Un Minuto con María:

El domingo 9 de junio de 2024, el obispo metropolitano Borys Gudziak, de la Arqueparquía Católica Ucraniana de Filadelfia, ordenó diácono a Ihor Demydas. En este extracto de una entrevista, Ihor habla de su camino hacia el sacerdocio, desde sus años como monaguillo hasta sus estudios teológicos en Roma.

¿Cuándo sentiste por primera vez el llamado al sacerdocio? ¿Fue repentino o gradual?

"Honestamente, es una pregunta difícil para mí y no tengo una respuesta definitiva. Sin embargo, me gustaría compartir una pequeña historia sobre mi llamado al sacerdocio, que comenzó en mi niñez.

Creo firmemente que mi bisabuela Anna, que pasaba seis horas al día rezando a la Virgen María, influyó en mi vocación. Cuando mi abuela se ponía a orar, me sentaba a su lado y me gustaba mucho ver pasar las cuentas del rosario entre sus dedos y escuchar el “avemaría”.

Alrededor de los 11 años me uní al grupo de monaguillos de la parroquia San Paraskeva-Pyatnytsia, en mi pueblo de Velyki Birky (Ucrania), lo que me sumergía aún más en un momento misterioso y espiritual.

Recuerdo el mes de mayo, durante el cual la parroquia cantaba todos los días el “Moleben a la Santísima Theotokos”. ¡Era el mes más hermoso! Me encantaba ir a esa liturgia y cantar. No podía permitirme el lujo de perderme ni un solo día de esa oración. Me sentía tan feliz que es difícil expresarlo.

Después de la secundaria, ingresé a una escuela de música, donde estudié durante cuatro años. Pero en mi tercer año sentí que quería ingresar al seminario. Me gustó mucho el canto de los seminaristas. Cuando los vi con sotana, me fascinó tanto su apariencia, que siempre quise vestir ese atuendo. Estos eran sentimientos extraordinariamente misteriosos de la presencia de Dios en mi vida.

Después de terminar mis estudios de música, ingresé al seminario de la ciudad ucraniana de Ternopil, donde estudié durante siete años. Me alegró mucho saberme admitido como estudiante. Recuerdo el momento en que escuché mi nombre en la lista de candidatos. Salí corriendo del auditorio con lágrimas en los ojos, agradeciendo a Dios por este gran regalo.

Posteriormente, mi vocación se desarrolló en la “Ciudad Eterna”, en Roma, donde estudié Teología del Matrimonio y de la Familia en el Pontificio Instituto Juan Pablo II. Hoy doy gracias a Dios sinceramente porque mi vocación me ha  traído al diaconado, primer grado del sacramento del Orden."


martes, 1 de abril de 2025

Viaje entre el cielo y el infierno

 

Del sitio 1000 razones para creer:

Una tarde de julio de 1971, Anne-Marie Le Goff, profesora, madre y embarazada de su sexto hijo, conducía por la carretera que va de Rennes (Francia, Ille-et-Vilaine), donde vive con su marido Yves y sus cinco hijos, a Plougrescant (Francia, Côtes-d'Armor), donde el matrimonio tiene una casa de vacaciones. Yves la siguió en una furgoneta con dos de los niños, sus maletas y el equipo necesario para las cuatro semanas de vacaciones.

A las afueras de Paimpol (Francia, Côtes-d'Armor), se desata una terrible tormenta. Granizos "tan grandes como huevos de paloma" se estrellaron contra el suelo empapado y resbaladizo. Anne-Marie no podía ver más allá de veinte metros. Ya no puede controlar el coche. Detrás de ella, su marido también entra en pánico. De repente, el coche de Anne-Marie se desvía para evitar un obstáculo: los pasajeros sienten el impacto. La futura madre siente un dolor en su interior. Yves, que había acudido al rescate, le dice que no pierda la esperanza y que tienen que salir a toda costa, pues de lo contrario el coche quedaría sumergido. Llegaron a su casa en plena noche. Habían tardado más de cuatro horas en recorrer menos de doscientos kilómetros.

La noche siguiente, Anne-Marie sufrió una pequeña hemorragia, lo que la preocupó en su situación. Tras descargar el material, Yves regresó a Rennes, donde le esperaba su trabajo. Su mujer sabía que tendría que quedarse allí tres semanas. Llamó a un médico, que le aseguró que todo iba bien y que su bebé nonato estaba de maravilla.

El 14 de agosto siguiente, a última hora de la tarde, Anne-Marie sufrió un colapso. La hemorragia era muy grave. Apenas tenía fuerzas para pedir ayuda a sus hijos. Consiguieron telefonear a un médico, cuya primera medida fue llevarla rápidamente al hospital de Tréguier (Francia, Côtes-d'Armor).

Su marido fue alertado inmediatamente y acudió al hospital, pero ya era demasiado tarde. Anne-Marie, tumbada en la mesa de operaciones, acababa de ser declarada "muerta" por el anestesista. Es el comienzo de una experiencia increíble para ella, cuyas principales etapas se describen a continuación:

Anne-Marie repasa toda su vida. Se trata de un fenómeno perfectamente identificado en el contexto de las ECM. No se trata sólo de la percepción de los principales acontecimientos de su vida, sino de la totalidad de los hechos, tanto materiales como morales, que han marcado su vida desde el nacimiento hasta 1971: cada uno de ellos es "juzgado", no por la justicia humana, sino por un amor increíble.

Mientras que la gran mayoría de las ECM consisten en una forma de elevación espiritual, a través de un "túnel de luz", para Anne-Marie comenzó una fase muy oscura. Presa de un "mareo espantoso", fue literalmente succionada hacia abajo, a un terrible lugar de "frío glacial", "mineral", donde toda vida ha desaparecido. Al mismo tiempo -y éste es un detalle importante para la autenticidad del fenómeno- experimentaba un creciente dolor moral a medida que caía en el "abismo". Creyente practicante, empezó a dudar de su fe de forma "intolerable". Le parecía que no existía nada más allá de esta vida terrenal. Es una forma de abandono, una "noche espiritual" que los místicos cristianos siempre han conocido. Sumida en una penumbra aterradora, siente que tiembla y, sobre todo, que ese estado durará para siempre.

De repente, la oscuridad deja entrar un poco de luz pálida, como los rayos de la luna a través de la espesa niebla. Levanta la vista y allí, a unas decenas de metros, Anne-Marie ve a Cristo en la Cruz. El impacto es indescriptible. Al pie de la Cruz, observa a un joven y a una mujer que no puede reconocer. Junto a ellos hay otra mujer cuya identidad tampoco conoce.

De repente, escucha en su interior, "como si me lo susurraran",  este mensaje: "Dios ha tomado esta vida humana tuya para construir un puente entre Él y la humanidad. Tomó esta vida humana en su Hijo Jesús [...] Jesús tomó un cuerpo en el cuerpo de una mujer, una mujer que no tenía nada de divino, que era enteramente humana".Jesús, en la cruz, dijo: "¡Madre, ésta es tu hija, Ana María, ésta es tu madre!." En ese momento, la mujer que, a los ojos de la medicina, acababa de perder la vida, comprendió que la segunda mujer desconocida al pie de la cruz, junto a María y Juan, era ella misma.

La tercera fase comienza con la iluminación de las tinieblas. Anne-Marie no sabe cómo se mueve: ¿con su cuerpo (pero qué cuerpo, puesto que está muerta?), o mentalmente? "Sabía que estaba en un tranvía" , dice con sus propias palabras. Ahora tiene la impresión de "escalar", de elevarse verticalmente, en sentido físico. Como en el descenso al abismo, durante el cual había sentido un intenso sufrimiento interior, ahora siente que una paz indefinible invade su ser, y el frío desaparece a medida que se eleva: "la ansiedad me abandona poco a poco". Es el equivalente a atravesar el túnel luminoso que describen las personas que experimentan una ECM.

Llega a una especie de "puerta de medio arco, bastante estrecha", más allá de la cual una "cortina impalpable oculta un espacio del color del fuego y del arco iris". En ese momento, se sintió perfectamente a gusto, penetrada por un suave calor a la vez material y espiritual. Un instante después, una especie de bruma emerge de la cortina, y una silueta se perfila lentamente en ella, revelando la luz, como "un negativo fotográfico". Añade un detalle que echa por tierra la hipótesis de una alucinación o de una actividad onírica: "Cuanto más me alejaba, más se acercaba, y más podía distinguir su silueta: una mujer pequeña" . Tal observación de las leyes de la óptica -involuntaria para Anne-Marie- echa por tierra la idea de una causa cerebral para la ECM: las alucinaciones y los sueños retuercen, transforman y modifican la realidad, eliminando toda lógica de los fenómenos percibidos y confundiendo, en su mayor parte, causa y efecto.

Anne-Marie pide a la desconocida que revele su nombre. Era María, la Madre del Señor. La aparición le dice: "¡Mira! ¡Escúchala!Lo contarás, lo transmitirás". En ese momento, se siente arrojada a la luz, más allá de la puerta que había interrumpido su avance. La "dicha" que la invadió no se parecía a nada de lo que había experimentado aquí en la Tierra. A lo lejos, cada vez más claramente, oye una música "maravillosa". Era una orquesta y coros invisibles, pero en medio de ellos creyó reconocer a su hija Elisabeth, de siete años, tocando el arpa. Sin embargo, en aquel momento la niña no tocaba ningún instrumento. Anne-Marie no tenía ni idea de por qué creía haber identificado a su hija. En cualquier caso, se quedó muy sorprendida cuando, cuatro años más tarde, Elisabeth le dijo que iba a estudiar arpa. No había ninguna señal de ello. Anne-Marie nunca habló a sus hijos de su aventura hasta que fueron adultos.

Otro detalle sorprendente: Ana María reconoció la voz de su madre en el coro celestial sin error posible. Esta persona estaba viva en aquel momento. Pero murió tiempo después.

Cuarto momento: entra en "una especie de sol inmenso" cuyo centro no puede fijar. Poco a poco aparece una "gran silueta, gigantesca, negra, porque era demasiado luminosa y radiante". Quiso tocar esta figura, pensando en la hemorroísa del Evangelio, que se salvó tocando el manto de Jesús... La Virgen María dijo: "¡No! Ahora no. No ha llegado el momento".

En un instante está al otro lado de la puerta. Esta vez, María ya no era una silueta, sino una joven de belleza indescriptible, con "grandes ojos almendrados de color marrón oscuro" y el pelo "claramente visible". Era sobre todo "la profundidad de su mirada, que me penetraba con un amor infinito". "¡Vas a volver y vas a empezar!", le dijo, prometiéndole que cuidaría de ella. Al oír estas palabras, Anne-Marie se dio cuenta de que sus pies descansaban sobre "una especie de nube suspendida en el espacio" y que, a lo lejos, podía ver la mesa de operaciones y su propio cuerpo tendido sobre ella. "Podía ver un cuerpo tendido sobre ella, con monjas y enfermeras alrededor, apiñándose y hablando con el cuerpo en cuestión..." Añadió una experiencia inimaginable: sintió los sentimientos y emociones de las personas que intentaban salvarla: "Sentía su ansiedad, su angustia..." Notó que una de las hermanas se inclinaba sobre ella. Cuando se dio cuenta, había vuelto a su cuerpo físico. Y entonces... "Fue como si cerrara los ojos y los volviera a abrir. Y vi en mi mirada los dos ojos de la monja que se inclinaba sobre mí... La oía decir, como en una niebla: '¡Está aquí! Ha vuelto!'"

Anne-Marie notó que sus miembros volvían a ser una fuente de dolor. Cuando vio la bolsa de sangre atada a su brazo, el equipo médico y la máscara de oxígeno que le entregaban, recordó los momentos de felicidad que acababa de vivir. A nivel psicológico, esta experiencia fue el catalizador de una conversión profunda y duradera. Más allá de la tristeza que le causó la pérdida de su bebé, Anne-Marie redescubrió una increíble alegría de vivir. Dedica cada vez más tiempo a la oración, a la lectura de la Biblia y a la meditación, y su amor por los demás no deja de crecer. Su desapego por las cosas materiales impresiona a todos los que la conocen.

Lo que es aún más increíble es que sus dotes naturales y sus cualidades humanas han florecido de forma fantástica. Se ha convertido en poetisa, ha escrito canciones para niños discapacitados y ha impartido sesiones de formación musical y catequética. En 1981 grabó un disco con los pequeños cantores de Aubervilliers y el apoyo del padre Francis Méhaignerie, párroco de Saint-Augustin en Rennes. El arzobispo de Rennes, monseñor Paul Gouyon, a quien Anne-Marie había enviado las letras de sus canciones, le envía una carta de felicitación fechada el 22 de abril de 1981.

Sobre todo, fundó un grupo de oración llamado Aïn Kariem, destinado a difundir "la fe, la alegría y la loca esperanza" rezando a Dios por las parejas sin hijos y las madres separadas de sus bebés. En 2000, Anne-Marie se reencontró con la Madre Cécile, una monja agustina que la había rodeado de afecto en el quirófano en 1971. Durante una conversación telefónica, esta hermana, ya muy anciana, que en otro tiempo había estado cerca de la Madre Yvonne-Aimée de Malestroit, cuyo proceso de beatificación había comenzado, le explicó que debía su vida a la intercesión de su fundadora, a quien todas las monjas presentes habían pedido que intercediera ante Dios.

Patrick Sblachiero